Plantea tu ecuación básica
Empieza escribiendo claramente las fórmulas de reactivos y productos, sin coeficientes. Así tendrás el “punto de partida” bien definido.
Cuenta tus átomos
Observa cuántos átomos de cada elemento hay a un lado y al otro. Es como hacer un inventario: te ayuda a saber qué necesitas igualar.
Escoge el elemento “más sencillo”
Elige aquel que aparezca en una sola especie de cada lado o el que tenga menos átomos. Así evitas complicarte al inicio.
Prueba con un coeficiente provisional
Coloca un número delante del compuesto correspondiente para igualar ese elemento, y apunta ese ajuste.
Actualiza tu inventario
Después de cada coeficiente que pongas, vuelve a contar todos los átomos. Esto te asegura que cada cambio se refleja correctamente.
Pasa al siguiente elemento
Elige otro elemento “fácil” (también poco repartido en la ecuación) y repite: añade el coeficiente que haga falta y vuelve a verificar.
Deja hidrógeno y oxígeno para el final
Son los más recurrentes en muchas moléculas (H₂, H₂O, O₂…), así que es más práctico ajustarlos después de haber balanceado el resto.
Ajusta cualquier gas diatómico con fracciones
Si te ayuda, pon coeficientes como ½ o ⅓ para O₂, H₂, N₂… y, una vez balanceada la ecuación, multiplica todo por el denominador para eliminar esas fracciones.
Revisa carga y masa
Asegúrate de que, además de los átomos, la carga total (en reacciones iónicas) también coincide en ambos lados. Es la clave para cumplir la ley de conservación.
Simplifica los números finales
Si todos los coeficientes comparten un divisor común, divídelos para quedarte con la proporción más sencilla de números enteros.